Durante las últimas décadas, diversos estudios han puesto en evidencia una serie de hallazgos que desafían percepciones tradicionales sobre el estilo de vida femenino. Uno de los más llamativos apunta a que las mujeres con mayor nivel educativo y coeficiente intelectual tienden a consumir más alcohol y a dedicar menos tiempo al ejercicio físico. Lejos de tratarse de simples curiosidades estadísticas, estos patrones ofrecen nuevas perspectivas sobre el bienestar, la presión social y el impacto de los roles modernos en la salud.
Educación y alcohol: una relación más común de lo que se cree
Investigaciones publicadas en revistas como Social Science & Medicine sostienen que las mujeres con títulos universitarios tienen casi el doble de probabilidades de consumir alcohol diariamente, en comparación con aquellas sin estudios superiores. Además, presentan mayor disposición a reconocer problemas vinculados al consumo. Curiosamente, este comportamiento no se replica con igual fuerza entre los hombres.
Una de las hipótesis que explican este fenómeno apunta a que las mujeres con más formación académica suelen tener vidas profesionales más exigentes y agendas sociales más activas, donde el alcohol se introduce como un elemento habitual en reuniones, cenas o eventos laborales. Otro factor clave es el aplazamiento de la maternidad y responsabilidades familiares, que deja más margen para actividades sociales centradas en el ocio adulto.
Inteligencia vs. actividad física: ¿un conflicto de intereses?
En cuanto al ejercicio, otras investigaciones han sugerido que las personas con mayores capacidades cognitivas podrían dedicar menos tiempo a actividades físicas. Esto se explicaría, en parte, por una inclinación natural hacia tareas mentales o intelectuales, lo que reduce el tiempo disponible para actividades como el deporte o el gimnasio.
En el caso particular de las mujeres, la carga profesional y las múltiples demandas sociales pueden desplazar las rutinas de autocuidado físico. Sin embargo, esto no significa desinterés, sino una reorganización del tiempo según prioridades personales o profesionales.
Nuevos roles, nuevas dinámicas
Estos comportamientos también reflejan los profundos cambios en los roles tradicionales de género. En la actualidad, muchas mujeres desempeñan funciones que históricamente se consideraban masculinas: largas jornadas laborales, liderazgo en empresas, competencias en entornos de alta exigencia. Este contexto puede propiciar comportamientos antes asociados a los hombres, como el consumo moderado o frecuente de alcohol para relajarse tras un día intenso.
Simultáneamente, las exigencias sociales sobre la práctica física femenina se han transformado. Hoy, muchas priorizan alcanzar metas personales y profesionales antes que cumplir con expectativas estéticas o rutinas de gimnasio.
¿Menos ejercicio, pero más beneficios?
A pesar de que las mujeres tienden a hacer menos ejercicio que los hombres, estudios como los del Journal of the American College of Cardiology indican que no necesitan grandes volúmenes de actividad para obtener beneficios significativos. Basta con al menos 2,5 horas semanales de ejercicio moderado para reducir en un 24% su riesgo de mortalidad, frente al 15% en hombres.
Este dato subraya la importancia de la calidad sobre la cantidad cuando se trata del bienestar físico femenino.
Reflexionar sin estigmatizar
Estos hallazgos no buscan promover el consumo de alcohol ni justificar la inactividad física, sino abrir un espacio para entender cómo factores como la inteligencia, la educación, los cambios de rol y el entorno social moldean nuestras decisiones cotidianas.
Cada mujer tiene una historia, un contexto y unas prioridades distintas. El reto está en encontrar un equilibrio realista entre el trabajo, el ocio y el cuidado personal, sin caer en juicios apresurados ni en presiones externas.