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Cardenal en el cónclave pensó que el minibar era gratuito y armó una tertulia en la habitación

En la antesala del cónclave, lo que agitó a la Santa Sede no fue la política eclesial… sino un minibar vacío

Ciudad del Vaticano. — No fue una filtración doctrinal ni una disputa teológica lo que sacudió los pasillos de la Santa Sede en la antesala del próximo cónclave. Fue, curiosamente, un minibar vacío, el resultado de una velada inesperada entre cardenales alojados en la Casa Santa Marta, residencia que alguna vez albergó al papa Francisco.

La anécdota fue revelada al diario italiano Corriere della Sera por el arzobispo emérito Anselmo Guido Pecorari, de 79 años, quien, entre risas, relató cómo un cardenal extranjero, recién llegado a Roma, organizó una modesta tertulia en su habitación… sin saber que el minibar no estaba “bendecido” ni mucho menos incluido.

“Es un gran amigo mío”, aclaró Pecorari, negándose a dar el nombre del protagonista, pero sí compartiendo los detalles del episodio.

Tras una cena discreta, el prelado abrió el minibar y comenzó a repartir licores en actitud “apostólica y generosa”. Lo que no sabía era que cada botellita —de whisky, coñac y otros espíritus celestiales— tendría un costo bastante terrenal.

“Pensó que todo era gratis”, narró Pecorari con picardía. La reunión terminó rápidamente con el minibar exhausto y, según fuentes extraoficiales, con una llamada algo incómoda a la administración de la residencia.

Un brindis en tiempos solemnes

El hecho ha causado revuelo no tanto por el desliz económico, sino por la ironía del contexto: la noche de copas ocurrió en los días previos al cónclave del 7 de mayo, un momento de reflexión y solemnidad para la Iglesia Católica. En medio del clima de recogimiento espiritual, el escándalo fue de hielo y whisky, no de sotanas y secretos.

Aunque el Vaticano no ha emitido comentario oficial, el relato ha circulado entre prelados con una mezcla de simpatía y resignación. En tiempos donde la imagen pública de la Iglesia es cuidadosamente cuidada, estos episodios aportan una dosis de humanidad —y humor— al riguroso ceremonial eclesiástico.

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