El experto estadounidense publicó una columna de opinión en The Guardian y destacó que el SARS-CoV-2 alcanzó una infecciosidad que pocos patógenos habían logrado. Cuál es su “hoja de ruta” para la salida definitiva de la pandemia.
Si hay algo en lo que todas las mujeres y hombres de ciencia coinciden desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la pandemia por COVID-19 es en la necesidad de hallar una salida a la crisis sanitaria.
Y si bien en un comienzo las vacunas aparecían como la luz al final del túnel, que indicarían el comienzo del fin de la crisis que puso al mundo en pausa, pronto se vio que la inmunidad que otorgaban no era duradera y que las nuevas variantes del virus se las ingeniaban para infectar a cada vez más personas.
“A medida que el virus acelera su evolución, los humanos capitulan. Durante dos años y medio, el COVID-19 ha superado nuestra respuesta, haciéndose cada vez más transmisible y alcanzando un nivel de infecciosidad que pocos patógenos han alcanzado. En lugar de adoptar una postura de adelantarse al virus y burlarlo, la gente ha sucumbido”. Así comenzó su columna de opinión en el diario The Guardian el prestigioso científico Eric Topol, fundador y director del Scripps Research Translational Institute, profesor de medicina molecular y vicepresidente ejecutivo de Scripps Research de Estados Unidos.
Para él, en los últimos meses el mundo experimentó un salto sorprendente cuando la variante Ómicron (BA.1) se volvió dominante, con un aumento de al menos tres veces en el número reproductivo más allá de Delta. “A pesar de la esperanza de que esto podría estar alcanzando el límite superior de la capacidad de propagación del virus, rápidamente hicimos la transición a una ola BA.2, con al menos otro salto de alrededor del 30% de transmisibilidad, y ahora nos dirigimos, en los Estados Unidos, a una subvariante dominante conocida como BA.2.12.1, que es otro 25% más transmisible que BA.2 y ya representa cerca del 50% de los casos nuevos”, resumió el experto, para quien “esto seguramente constituye una aceleración significativa de la evolución del virus”.
Y tras observar que “ha habido miles de variantes en el transcurso de la pandemia, pero sólo cinco variantes principales, que afectan a grandes poblaciones de personas, recibieron designaciones de letras griegas (Alfa, Beta, Gamma, Delta y Omicron)”, Topol señaló que “cada una de estas variantes anteriores tenía numerosos sublinajes o mutaciones que podrían considerarse parientes de la variante principal pero que no tenían ninguna consecuencia funcional: no aumentaban la transmisibilidad ni la patogenicidad”.
Sin embargo con Ómicron ya se vieron múltiples subvariantes con mayor infecciosidad, no sólo BA.2, BA.2.12.1, sino también BA.4 y BA.5, que están generando una nueva ola en Sudáfrica.
“A medida que observamos cómo el virus mejora notablemente su capacidad para encontrar huéspedes nuevos o repetidos, uno pensaría que se consideraría un llamado urgente a la acción -reflexionó el experto-. Pero en cambio, ha habido una percepción pública de que la pandemia ha terminado, mientras que, al mismo tiempo, las agencias de salud pública están adoptando la política de que debemos ‘vivir con COVID’”.
Y ahondó: “No, no tenemos que vivir con COVID, porque el COVID que estamos viendo ahora es muy preocupante. Si bien no ha habido un aumento en las hospitalizaciones, claramente están aumentando, con un aumento de más del 20% en los Estados Unidos durante las últimas dos semanas. La proporción de personas hospitalizadas y fallecidas entre los vacunados, en comparación con los no vacunados, ha aumentado sustancialmente. Al igual que las muertes: durante la ola Delta en los Estados Unidos, las personas vacunadas representaron el 23% de las muertes, mientras que esto casi se duplicó al 42% durante la ola Ómicron. Muchas de estas hospitalizaciones y muertes entre las personas vacunadas se pueden atribuir a la falta de una vacuna de refuerzo o a la disminución sustancial de la eficacia que se manifiesta cuatro meses después de la vacuna de refuerzo”.
Además, para Topol es errónea la idea de creer que las vacunas se mantienen estables para proteger contra enfermedades graves, hospitalizaciones y muertes. “Cuando se administró un refuerzo durante la ola Delta, restauró completamente la protección contra estos resultados, al nivel de 95% de efectividad. Pero para Ómicron, con un refuerzo (o segundo refuerzo), la protección fue de aproximadamente el 80%. Si bien sigue siendo alto, representa un importante menú desplegable cuádruple (falta de efectividad del 55% frente al 20%)”. En consecuencia, según él, “se exagera la confianza en que las vacunas, dirigidas a la cepa original de 2019, son altamente protectoras contra enfermedades graves”.
No menos son los claros indicios de que la durabilidad de dicha protección se reduce. Todo ello está ligado a la marcada evolución del virus, y aún se carece de datos sobre la efectividad de la vacuna frente a la variante BA.2.12.1, según alertó el experto.
Para él, “con la perspectiva de variantes más nocivas por delante, en lugar de darse por vencido, es hora de duplicar las innovaciones que tienen una alta probabilidad de anticipar la evolución del virus y facilitar el final de la pandemia”. “Lo primero en la lista es el desarrollo de vacunas nasales a prueba de variantes. Un aerosol nasal que induzca la inmunidad de las mucosas ayudaría a bloquear la transmisión, para lo cual ahora tenemos una defensa mínima de la familia de variantes hiper transmisibles Ómicron -sostuvo Topol-. Tres de estas vacunas nasales se encuentran en las últimas etapas de los ensayos clínicos, pero a diferencia de las inyecciones, no ha habido ninguna Operación Warp Speed ni apoyo gubernamental para acelerar su ejecución o éxito”.
Lo siguiente, en la hoja de ruta que el experto se propuso trazar “con tantos medicamentos candidatos que son prometedores, es acelerar estos ensayos clínicos”.
“Recuerde que Paxlovid es el programa de moléculas pequeñas (píldora) más rápido de la historia: menos de dos años desde el diseño de la molécula hasta la finalización de los ensayos aleatorios definitivos que muestran una alta eficacia y su comercialización. ¿Por qué no se ha aplicado una persecución tan agresiva a tantos otros antivirales, que incluyen píldoras, nanocuerpos inhalados y señuelos ACE-2?”, cuestionó el investigador.
Y continuó: “El concepto de una vacuna pan-β-coronavirus o pan-sarbecovirus es atractivo y ha sido perseguido por laboratorios académicos de todo el mundo durante los últimos dos años. Se han descubierto decenas de anticuerpos neutralizantes amplios (bnAbs), que tienen una alta probabilidad de proteger contra cualquier variante futura. Pero hay casi un vacío en el desarrollo y prueba de una vacuna basada en estos bnAbs. Tales vacunas están claramente a nuestro alcance, pero la falta de inversión en una iniciativa de alta prioridad y velocidad nos está frenando”.
En su mirada, “una combinación de vacunas nasales u orales, más y mejores medicamentos y una vacuna contra el coronavirus a prueba de variantes probablemente catalizaría una salida definitiva de la pandemia”.
Sobre el final de su columna Topol reconoció que si bien la percepción pública de que las vacunas actuales tienen “fugas” es cierta, consideró que “es erróneo atribuir la culpa a las vacunas, que han salvado millones de vidas en todo el mundo”. “Es la evolución acelerada del virus, que es astuto, y se ha vuelto más formidable con el tiempo lo que está en la raíz de nuestro problema ahora. Podemos ser más astutos y finalmente adelantarnos al virus si no nos sometemos a la fatiga en lugar de a la dura perseverancia, y a la necedad en lugar de la inteligencia”, concluyó.
Se trata de tomar el aprendizaje que dejaron estos dos años y medio para que sea la ciencia la que aventaje al SARS-CoV-2 en busca del “golpe final”, y no al revés
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