“La vida aquí hay que ingeniársela, porque no hay muchas formas de vivir. Aquí llega todo de último, las ayudas, los recursos para el agricultor, todo llega retrasado”, deplora Leovigildo Montero Santana, de 73 años, quien nació y creció en “Cañada Miguel”, un árido y empobrecido pueblo fronterizo, que él define como “crítico, en vez de funcional”.
La comunidad está ubicada entre la provincia Elías Piña y Haití.
Llegar hasta este pueblo rural, desde cualquier municipio de esa provincia, no es tarea fácil. El trayecto es atravesando una polvorienta y rocosa vía, embellecida de árboles y de lomas, algunas forestadas y otras no, debido a la mala práctica de los pobladores en el uso del carbón. Era normal ver tres y cuatro incendios en distintos perímetros de esas lomas, pertenecientes a la Sierra de Neiba.
Aquella comunidad compartida por poblaciones de Elías Piña y de Haití, aún es esclava de la pobreza extrema. Allí los lujos no existen y apenas se observan vehículos de cuatro ruedas. Las ruinosas viviendas aún están levantadas con palos, madera, cubiertas con hojas de zinc y sus pisos de tierra. Dos o tres se hallan construidas en concreto, pero, no más de ahí.
Esa realidad el agricultor Montero Santana se la atribuye a la “falta de administración” de quienes dirigen los pueblos. “Aunque el gobierno quiera hacer algo, al final, llega tarde todo lo que se quiera hacer”,
“A veces nos ofrecen, principalmente a los agricultores que somos los huérfanos de esta zona, muchas ayudas, caminos vecinales, cosas que pueden ser favorables para nosotros y para el país, pero, al final terminan en la nada”, comenta decepcionado.
“Nos sentimos mal, porque nosotros tenemos algunos caminos vecinales que nos los ofrecieron hace más de 20 años, gobierno tras gobierno y nadie lo hace. Y no estamos pidiendo ayuda en dinero, dádivas, sino, que nos proporcionen algo que nos ayude a trabajar y, aún así, nadie piensa en nosotros”, sigue quejándose Leovigildo, notándose la tristeza en sus ojos.
La agricultura es lo más sagrado para los campesinos de Cañada Miguel y constituye la principal actividad económica de esa demarcación. Pero, una sequía de más de cinco meses ha malogrado sus cosechas.
“Hace más de cinco meses que no llueve aquí, que no cae una gota de agua. Ahora mismo la gente, que están locos, están sembrando la habichuelita, pero la tierra está muy seca y el que es más inteligente no la siembra”, expresa Ernesto Encarnación, oriundo de Elías Piña y quien produce aguacates y habichuelas.
Encarnación, sentado en una silla de plástico, debajo de una caseta de madera, resume la calidad de vida de ese territorio fronterizo con dos simples palabras: “dura” y “mala”. En ese sentido, remarca que “aquí no hay negocios, no hay producción. Todo está lento completamente”.
Asimismo, el agricultor añade que en medio de las calamidades “sobrevive a la fuerza”, vendiendo lo poco que produce en sus tierras.
En el pueblo, una cañada rocosa de agua fría atraviesa del lado izquierdo la frontera que es custodiada por agentes e inspectores de la Dirección General de Migración (DGM).
Derbyn Montero D’Oleo, agtente de esa entidad migratoria, sostiene que “tratamos de controlar la frontera lo más que uno pueda”. “Vivimos en paz y en armonía con ellos (los haitianos) y gracias a Dios no se dan problemas; ni ellos con nosotros, ni nosotros con ellos”, subraya D’Oleo fuera del contenedor, ubicado en la entrada fronteriza. Allí, duermen los agentes de la DGM. “Eso nunca está solo”, añade.
A pesar de la presencia de los oficiales migratorios, una verja fronteriza de hierro, oxidada y deteriorada es la que impide el acceso de haitianos a la comunidad Cañada Miguel, sin embargo, la misma está a punto de caerse.
Además, al lado de esa verja no hay nada que frene el acceso a territorio dominicano.
Allí, otro ambiente refleja la cotidianidad en la vida diaria de esos compueblanos: mujeres y hombres haitianos, semidesnudos, y campesinos de ese pueblo, se bañan al aire libre y lavan sus ropas a mano.
Convivencia pacífica
A pesar de la situación de extrema violencia que se vive en Haití y de los problemas que arrastra ese Estado fallido, los dominicanos conviven pacíficamente con sus vecinos haitianos en la comunidad Cañada Miguel.
“Usted sabe (al periodista) que cuando hay dos países pobres juntos, siempre uno tiene que mantenerse del otro. Tú me ayudas y yo te ayudo”, dice el productor, Ernesto Encarnación, refiriéndose a la mutua relación entre haitianos y dominicanos para sobrevivir de las limitaciones económicas.
Por su parte, el agricultor Montero Santana expresa que los haitianos de ese pueblo son “pasivos” y viven como “hermanos”.
“Hay poca fuente de trabajo, pero, aquí vivimos como hermanos. Para mí son nuestros vecinos y el haitiano de esta zona no tiene ningún tipo de persecución. Trabajamos juntos y hacemos varias cosas juntos. No se escuchan escándalos.