Por: Henry Dominguez
El poder no tiene por qué ser algo que se guarda celosamente entre unos pocos. Cuando se comparte de manera inteligente y con responsabilidad, en realidad se multiplica. En lugar de concentrarlo solo en los niveles más altos de la organización, ofrecerlo a más personas puede generar un impacto mucho mayor. Esto no significa perder el control, sino dar espacio a que otros también lideren y contribuyan con sus ideas, experiencia y habilidades.
Cuando el poder se democratiza, las organizaciones no solo se vuelven más dinámicas, sino también más humanas. Al permitir que los empleados participen activamente en la toma de decisiones, se crea una cultura de confianza, compromiso y colaboración. Las personas sienten que su voz importa, lo que fortalece el sentido de pertenencia y aumenta la motivación. Esto, a su vez, se traduce en una mayor creatividad y capacidad de adaptación frente a los cambios que, en el mundo actual, son constantes.
Un caso ejemplar de democratización del poder es Google. Desde su fundación, Google ha fomentado una cultura abierta, donde los empleados tienen la libertad de proponer ideas y participar en proyectos fuera de sus responsabilidades directas. Esta filosofía, que incluye la famosa política de “20% del tiempo”, permite que los empleados dediquen parte de su jornada a explorar ideas que no están necesariamente alineadas con sus tareas diarias. Fue en este espacio libre donde nacieron productos revolucionarios como Gmail y Google News.
Este enfoque no solo ha generado innovación, sino que ha fortalecido el sentido de propiedad de los empleados en el éxito de la empresa. Google demuestra que cuando se comparte el poder, se crea una comunidad de personas motivadas y comprometidas con el futuro de la organización. Y lo más importante: no es un acto de generosidad, sino una estrategia inteligente que lleva a la empresa a estar siempre a la vanguardia, capaz de adaptarse y crecer en un mercado en constante cambio.
