En la vida, es prudente aquel que tiene cuidado con el deseo de pertenecer, encajar o agradar, ya sea por creer que tiene alguna carencia o por presión externa. Y más cuando se es, o se quiere ser, un líder en algún mercado, ya que esto puede llevar a experiencias cercanas al fracaso. Para ilustrar esto, consideremos el ejemplo de Coca-Cola, una marca que en 1985 se encontró en una guerra de marketing con Pepsi, la cual presionó tanto que la llevó a modificar su fórmula original, poniendo en riesgo el legado de su bebida más emblemática.
La rivalidad entre Coca-Cola y Pepsi es una de las más icónicas en la historia del marketing. Durante la década de 1980, Pepsi lanzó una agresiva campaña conocida como el “Pepsi Challenge,” en la que ofrecía a los consumidores catas a ciegas de ambos refrescos. Los resultados de estas pruebas mostraban que, al no poder identificar las marcas, muchos preferían el sabor más dulce de Pepsi sobre el de Coca-Cola. Estos resultados, acompañados de una constante publicidad por parte de Pepsi, hicieron que la percepción pública comenzara a inclinarse a su favor. El ruido mediático y la presión del mercado llevaron a Coca-Cola a una crisis de identidad.
Ante la amenaza, la respuesta de Coca-Cola fue radical: en 1985 decidió cambiar la fórmula de su bebida por primera vez en casi un siglo, introduciendo lo que se llamó “New Coke.” La empresa pensó que una versión más dulce y moderna de su producto podría recuperar a los consumidores que se habían dejado seducir por Pepsi. Sin embargo, el resultado fue un desastre. La nueva fórmula fue rechazada con tal fuerza que miles de consumidores enviaron cartas y llamadas de queja a la empresa. El enojo y la decepción no solo venían de quienes preferían el sabor tradicional, sino también de aquellos que veían en el cambio una traición a la autenticidad y al legado de la marca.
Coca-Cola aprendió una lección costosa: su mayor fortaleza estaba en lo que había sido, no en lo que otros querían que fuera. Si bien el producto en sí no estaba defectuoso, la decisión de modificar su esencia en respuesta a la presión externa casi destruye la confianza que millones de consumidores habían depositado en la marca durante generaciones. De no haber revertido rápidamente su decisión, volviendo a la fórmula original, el daño podría haber sido irreversible.
La historia nos enseña que, si no se tiene la fortaleza o la convicción de creer en lo que uno es, el deseo de pertenecer o de satisfacer a todos puede conducir al desastre. Los líderes, ya sea en los negocios o en la vida, deben ser cuidadosos al hacer concesiones con su identidad o propósito, porque la esencia de su verdadero valor puede perderse en el intento.
“El deseo de pertenecer pone al débil a divagar.”