Por Mario Antonio Lara Valdez.
En ese contacto momentáneo con la muerte, reflexionamos sobre cómo fue nuestra vida, así como nuestra relación con nuestro entorno, pero escuchamos atentamente esas opiniones positivas o negativas para reflexionar cuando despertemos y hacer algunos ajustes.
La pérdida provocada por un ser amado coloca a nuestro querido Dr. Ali en la situación de tener que caminar entre preguntas sin respuestas, dejando huellas permanentes en ese mundo de tinieblas, pero en realidad está buscando rayos de sol para despertar cargado de esperanzas para vivir.
En ese estado, entramos en reflejos rápidos de nuestro pasado y presente, viviendo o pidiendo de forma desesperada aquellos momentos felices de manera instantánea, pero con miedo de caminar acompañados de esas experiencias inquietantes que aún duelen mucho.
Lágrimas, sí, claro que sí, porque somos muy frágiles ante las pérdidas inesperadas, pero también ante ese sueño profundo prolongado de padres, abuelos, amigos, hijos y personas que anclan de manera permanente en nuestras vidas.
Despertar de un coma profundo y descubrir que han pasado diez días, años o décadas es una bendición o una maldición, porque descubrimos nuestra ausencia en momentos que no volverán, pero debemos saber que esta situación es provocada por lesiones, tumores, entre otras causas explicadas por los médicos.
Al fin podemos despertar de este sueño profundo, dejando huellas imborrables, pero dispuestos a seguir adelante con las responsabilidades que tenemos como hombres o mujeres en este plano terrenal, donde nos aferramos, no importa los riesgos, a mantenernos con vida.
Sería conveniente quedarnos en un coma profundo por la pérdida de nuestros derechos fundamentales, como ser testigos de la falta de acción de los gobiernos para resolver problemáticas, pero confirmamos que tendremos una vejez inquietante, atada a la eterna compañía de la soledad, así como también vemos cómo aumentan las desigualdades que traerán conflictos sociales y bélicos.