Damasco – La huida del presidente sirio, Bashar al-Assad, pone fin a un mandato marcado por una sangrienta guerra civil que desoló al país desde 2011. El colapso de sus fuerzas gubernamentales frente a una ofensiva sorpresa de grupos de oposición en el noroeste de Siria precipitó su salida, tras casi tres décadas de control de la familia Assad sobre el país.
Assad asumió la presidencia en el año 2000, heredando el poder tras la muerte de su padre, Hafez al-Assad. Aunque en sus primeros años generó expectativas de reformas democráticas, el estallido de la Primavera Árabe y las protestas de 2011 marcaron un punto de inflexión. Ante las demandas populares de cambio, recurrió a una represión brutal que convirtió el alzamiento en una guerra civil con profundas implicaciones internacionales.
Siria: un campo de batalla para potencias globales
El conflicto sirio no solo devastó a la nación, dejando cerca de medio millón de muertos y desplazando a más de la mitad de la población, sino que también se convirtió en un tablero estratégico para potencias regionales e internacionales. Rusia, Irán y grupos como Hezbollah respaldaron al régimen de Assad, mientras que facciones opositoras contaron con apoyo de potencias occidentales y vecinos como Turquía.
La situación cambió en noviembre con una ofensiva de grupos opositores, aprovechando que los aliados de Assad estaban distraídos por conflictos en otros frentes, como la guerra en Ucrania y tensiones en Medio Oriente.
Un legado de represión y divisiones
El ascenso de Bashar al-Assad al poder estuvo rodeado de contrastes. Educado como oftalmólogo en Londres, al inicio de su mandato mostró una imagen de modernidad y reformas. Sin embargo, con el tiempo, se inclinó por un modelo autoritario heredado de su padre.
Bajo su liderazgo, las políticas económicas liberalizadoras beneficiaron a una nueva clase media, pero también consolidaron a una élite económica estrechamente vinculada al régimen. Paralelamente, su gobierno mantuvo alianzas históricas con Irán y facciones armadas en la región, lo que le permitió resistir los embates internacionales hasta ahora.
El fin de una era y un futuro incierto
Con la salida de Assad, Siria enfrenta un panorama incierto. Aunque el gobierno controlaba gran parte del territorio hasta hace poco, regiones como el noreste, bajo dominio kurdo, y el noroeste, controlado por fuerzas opositoras, reflejan la fragmentación del país.
La partida de Assad no solo marca el fin de su régimen, sino que también deja un vacío de poder que podría desatar nuevas luchas internas y reconfiguraciones en el escenario geopolítico de la región.